miércoles, 5 de mayo de 2010

Porque ellos no pueden, no tienen imaginación.

Como una flor de madera,
aroma dulce,
inerte por dentro,
bella por fuera,
condenada su belleza
a no nacer en primavera.

Como un pájaro de carbón,
que acaba por ser cenizas
si vuela cerca del sol.

Como un corazón de cartón,
una gota de cristal o una
nube de algodón...


Ni tú ni yo aprendimos a coger lo imposible, pero llegamos a más de lo inalcanzable.
Que se encierren en el mundo de corruptos ideales y nosotros seamos libres entre notas musicales.
Si no nos dan papel, escribamos en la calle, y si cubren nuestros muros, escribamos en el aire.
Sé que odian nuestras ideas por lo que puedan causarles, más grande que sus leyes y sus reyes es el arte.
A diferencia de su gente, aquí siempre hay algún hueco libre, nuestro mundo no es de nadie porque ni siquiera existe..



miércoles, 17 de marzo de 2010

Tic-tac, bum.

Me fallan la vista, la memoria y los reflejos, ya ves.
El sol no asoma por los barrotes de la cárcel pa' los tristes.
La imagen de cada huella es el estrés, de vivir un día más y como siempre del revés.
Cada minuto es tiempo que se escapa entre mis dedos, qué más te dá si tardo en contar el tiempo que paso sin hacer ná por revivirme por dentro, es lo que hay, lo de ser feliz para otro momento. Sé que echo de menos no odiarme más cada día, pero cada día odio más echarme de menos, mi teoría es que volamos nosotros y no el tiempo, y lo decimos al revés para consolar lo que vemos.

viernes, 26 de febrero de 2010

La locura siempre juega en la cuerda floja.

El tiempo cree poder curar todo en un segundo. Pero el tiempo sólo pasa y nunca retrocede ni pa mirarte a la cara. Cuando sientes que te fundes en la almohada y que tus sueños se quedaron en las sábanas, es como si se parase el mundo. Se cierran mis ojos a causa del sueño y mi locura juega en la cuerda floja. Los ojos me pesan y miradas me pisan, aquel brillo en esos ojos que me odian y me miman. Yo me muero tantas veces como horas tiene el día y la vida me putea como siempre en las esquinas. Pateo las piedras que me ofrecen en el camino y camino a oscuras tropezando con mis pies, suelen decir que ando al contrario que la gente y no se dan cuenta que es el mundo quien va del revés. Lo que ves es lo que soy, más un par de pensamientos más, duele tanto ver sonrisas como lágrimas, pues es como que te hablen de la felicidad que no tendrás. Odiarme es lo que hace que siga viva, si acabo por no sentir los golpes, no pasa nada, es por la costumbre a las caídas. No te asustes si te metes en mi mente, no quiero que te vayas ni que te quedes, lo que pienso yo es lo que me importa, no lo que opine el resto de la gente. Comprende que refleje la amargura en cada gesto y no intentes entender el por qué, si a cada paso me tropiezo y no se mantenerme en pie es porque aprendí a caminar por aquí poco antes de ayer.




jueves, 25 de febrero de 2010

Creo que nunca tuve nada...

Madurar consiste en aprender a despedirse.

Tú, seas quien seas quien estés leyendo, me gustaría saber si a lo largo de tu vida, suficientemente larga como para entender esto que he escrito, has madurado lo suficiente como para despedirte de lo que más has querido, de aquello por lo que más has luchado, de esa persona, de tu infancia, de quien se marchó sin decir nada... Dime, ¿has aprendido a decir "adiós"? Todos nos despedimos de la persona que nos acompaña y que tiene que partir en otro tren justo en la dirección contraria; nos despedimos de nuestros amigos a la hora de volver a casa, y la amargura de la soledad en un trayecto de más de diez segundos nos invade echando de menos hablar con alguien o mirar a unos ojos ajenos y familiares. Las despedidas, unas eternas y otras fugaces, pero al fin y al cabo despedidas. Dime tú si no prefieres volver a casa con la compañía de alguien que te importa, dime que no te sientes más seguro al mirar a tu alrededor y saber que tienes a alguien en tu camino. Desde que nacemos hasta que morimos, despedirse es parte de uno mismo, pero echar de menos también lo es. Lo mucho que odiamos la rutina, y cuando nos salimos de ésta hacia la amargura, lo mucho que la añoramos. Pero qué tontos y débiles somos, y cuán daño nos hace tener que decir adiós a lo que amamos. Algo a lo que nos acostumbramos, sea lo que sea, nos duele perderlo para siempre sin saber que quizá vuelva. Ignorar que lo que se va también nos echará de menos, eso, eso duele de verdad. Nuestra cordura se rompe a la hora de echar de menos, y nos volvemos locos a la hora de intentar recuperarlo. Madurar consiste en aprender a despedirse, siempre y cuando no acabes echando de menos.

Espero que esto al menos te haya entretenido, ya que le he dedicado unos minutos en los que podría estar despidiéndome de algo que puede que no vuelva. Me despido de ti, que puede que no vuelvas a leer este texto.

Adiós. :)